En la Francia del Siglo XVI había un Rey muy querido por su pueblo que se entregaba a sus labores de gobierno, preocupado por todos los habitantes del lugar. Todas las mañanas el joven rey despachaba con su Secretario Real los asuntos del gobierno del Reino empezando por los más urgentes y terminando por los más sencillos de resolver.
Después de despachar con su Canciller, se iba al Salón del Trono donde escuchaba con la mayor atención las súplicas y peticiones de sus súbditos. En ocasiones, tenía que juzgar algún pleito que se suscitaba entre los habitantes del Reino.
Una ocasión, tuvo que decidir si el sabor de la calabaza daba mejor gusto al potaje de garbanzos que el calabacín, en la disputa establecida entre dos de los cocineros de una famosa posada de la Ille de France.