El Caballero Rimbowski - Gnard Rimbowski

 

GNARD RIMBOWSKI

 

En la aldea de Galaard los inviernos eran oscuros y fríos, las noches duraban unos tres meses y hasta que la Primavera no llegaba, el sol no amanecía. En el primer día de la primavera el pueblo entero se levantaba al alba y celebraba con grandes fiestas el amanecer trimestral.

 

Los campos, de dimensiones descomunales, permanecían cubiertos con un extenso y copioso manto blanco que aparecía orlado por las montañas Doradas de Larsen. A los pies de las mismas estaba el Castillo de Darkkesnard, el cual se dibujaba en las montañas, en un perfecto color negro que contrastaba con las blanquecinas praderas, con las blancas montañas.

 

Un joven despierto y alegre era el más satisfecho de todos, llamaba la atención por su enorme corpulencia y su trato educado y amable. Jugaba con los chicos más jóvenes levantándolos por los codos o haciendo el pino con una sola mano; de forma que era admirado por los más pequeños de la aldea.

 

Mientras miraba amanecer por encima de las montañas Doradas de Larsen y sobre el oscuro castillo de Darkkesnard juraba a sus padres que viajaría hacia al sur, en dirección a los Cinco Reinos para entrar en el Reino Prohibido como contaba la leyenda del Caballero Negro, que llegó a ser Águila.

 

  • Gnard, eso es imposible. No son más que estúpidas leyendas esas historias, y aquí nos haces mucha falta. - Le advertía su madre con gesto preocupado.

     

  • ¡Vamos, madre!, no puedo quedarme encerrado en estos parajes helados toda la vida...

     

  • Ya lo sé, hijo. Ya sé que sueñas con grandes aventuras, pero es que ni siquera eres Caballero. Y solo podrás circular libre fuera del Reino Helado si el Rey Grimeldsen te nombra y te arma como tal.

     

  • Soy muy bueno con la espada y, con los tiempos que corren, habrá ocasiones de demostrar al Rey de lo que soy capaz.

 

El amanecer produjo una gran emoción en todos los habitantes de la aldea, pasados los días comenzó el lento deshielo abriéndose el río y mostrando el Puente que unía la aldea Galaard con el castillo del Rey Grimeldsen. Los Reinos Helados eran un hermoso canto a la naturaleza cuando llegaba la Primavera.

 

A los pocos días de producirse las noches de sol, llegó al pueblo la noticia de que el Pirata Kirdell castigaba al castillo con vehemencia desde el “Mar de las Rocas que flotan”. Algo que solía suceder con frecuencia pues la necesidad de provisiones de estos piratas se hacían acuciantes al finalizar el invierno y con la llegada del sol, se animaban a ir en busca de provisiones a los reinos cercanos.

 

Sin embargo, esta vez el acoso era mayor y parecía que quisera entrar en el castillo para ocuparlo. El Rey dictó un auxilio por el que pedía soldados voluntarios de levas en sus tierras para defender el castillo oscuro. Gnard vió en ello la ocasión propicia para mostrar su habilidad con la espada y se apuntó en las levas con gran disgusto para su madre.

 

Gnard corrió esa mañana para apuntarse y llegó el primero, cosa que no pasó desapercibido al Oficial encargado y le dió el puesto de enlace dentro del castillo entre lanceros de las murallas y el mando del castillo. Un puesto de responsabilidad que solía salir caro pues estaba expuesto a las flechas y las piedras lanzadas desde el exterior un buen número de veces durante casi cien metros de distancia.

 

Cuando Gnard Rimbowski llegó al castillo por el flanco de la aldea no pudo más que abrir los ojos sorprendido por el tamaño de los muros y la altura de las torres. Le pareció una fortaleza inexpugnable hasta que vio las tropas con las que intentaba conquistarlo el Pirata Kirdell. Desde lo alto podía apreciar los movimientos de sus tropas que buscaban cercar el castillo para asediarlo. Pudo observar, con pena, la falta de espíritu de las tropas y del propio Rey en su propia defensa.

 

  • Con esta fortaleza inexpugnable, solo el bajo espíritu que hay en el castillo puede hacer que logren su propósito – murmuraba Gnard a quien quisiera escucharlo.

 

Pronto comenzó su labor - el soldado - con gran vigor y entrega, exponiéndose de forma permanente a las saetas del pirata sin que ninguna le llegara a rozar. Los lanceros desde las murallas hacían apuestas sobre la duración del soldado, pues el riesgo era evidente. Apuestas que comenzaron por ser a favor de una muerte inmediata para acabar por apostar por una muerte simplemente rápida.

 

Con su vitalidad y simpatía fue convenciendo a los lanceros de que él no caería en esa fosa de cien metros, que estaba llamado a entrar en el Reino Prohibido como hizo en su tiempo el Caballero Negro. Los lanceros comenzaron a encariñarse con el soldado por su idealismo absurdo hasta el punto de apostar por que saldría con vida del envite.

 

Su ardor combativo animó y estimuló a los lanceros pues si él creía en la victoria, ¿por que no iban a creer ellos que estaban protegidos por los merlones del castilllo? Así fue como el oficial reconoció la valía del soldado, ascendiéndole en plena batalla a Alférez con espada, cerca ya de los oficiales.

 

En una de las intentonas de conquista de los piratas, tuvo la ocasión Gnard de demostrar su valía con la espada repeliendo a un pequeño grupo de ellos que entraban con valor; pero Gnard era muy superior con el arma e hizo que se dieran a la fuga.

 

Tas varios meses de asedio, el prestigio de Gnard había crecido pues ya mandaba una mesnada de hombres y el Rey lo requiriró para una misión suicida. Lo llamó al pequeño despacho que estaba al lado de la sala del trono con discreción y fue sincero con él.

 

  • Amigo Gnard, me comenta todo el mundo que te distingues por tu valor y tu buen uso de la espada. Tengo una misión para ti. - El Rey hablaba con toda la pompa propia de un gran rey, pero se le veía ya fatigado por sus achaques y su edad.

     

  • Majestad, para eso estoy aquí. Para servirle a usted en lo que necesite.

     

  • De acuerdo Gnard, pero he de decirle que no espero que tenga éxito en esta misión. Y lo más seguro es que mueras en ella. - Le precisó con énfasis lúgubre, el Rey.

     

  • No creo que eso suceda, Rey. Pues estoy compormetido a entrar en Reino Prohibido en alguna ocasión.

     

  • Ja, ja, ja. Pero hombre, eso está prohibido para los hombres como tú. Además no eres ni siquiera un Caballero, ¿cómo vas a ser libre de andar por los reinos?

     

  • Precisamente, Majestad... En el caso de que salga con vida de esta misión suicida, le pido que me haga Caballero con poderes para circular libremente por los reinos.

     

  • De acuerdo, Gnard. Para el caso en que me traigas muerto al Pirata Kirdell o consigas que leven anclas y se marchen, te haré Caballero, te daré un caballo digno, una noble espada con escudo de armas y víveres para que puedas llegar hasta los Cinco Reinos. Y, en el caso de que mueras y recuperermos tu cuerpo, te nombraré igualmente Caballero y cuidaré que tu familia obtenga el sostén que como valiente soldado que me han entregado merecen.

     

Gnard Rimboski partió solo cuando la hora del día apuntaba a la madrugada, pues aunque el sol estaba en el cielo, rozaba el horizonte y, entonces, la bruma se hacía espesa y la luz parecía en tinieblas. La mayoría de ambos frentes dormían a esa hora y salió por el pasadizo de la portezuela en busca de las posiciones del Pirata.

 

Gnard se encontró con un pirata apostado - entre dormido y despierto -, al cual atravesó con su espada entre la quinta y la sexta costilla sin que pudiera decir nada. Se cambió con él la vestimenta y circuló tranquilo a lo largo de la mañana hasta el lugar donde habitaba el Pirata Kirdell. No eran los piratas gente preocupada por su protección personal, así que le resultó fácil encontrar el lugar y al propio pirata sin necesidad de hablar ni una sola palabra.

 

Cerca de la tienda montada para el Pirata y sus oficiales, estaba apostada a modo de taberna otra tienda en la que se pudo sentar y esperar mientras bebía y cantaba aparentemente borracho junto a otros piratas a los que no conocía, y a los que no parecía importar que no le conocieran. Así eran los piratas, crueles como pocos, temidos como ninguno y despreocupados hasta la estupidez por su propia seguridad.

 

Gnard no tuvo otra cosa que esperar la ocasión aparentando estar borracho pero permaneciendo sereno como nunca en su vida. Así, cuando la noche caía; o sea, cuando el sol estaba más tumbado, bajaba la temperatura y la bruma espesa ocupaba el lugar, Gnard se dirigió a la tienda del Pirata Kirdell por detrás del lugar donde dormía, rasgó la tienda con su espada de modo sigiloso, entró en la estancia donde tan solo dormía el Pirata y su mujer y acabó con la vida del piata sin despertar si quiera a la mujer.

 

En un silencio sepulcral sacó el cuerpo de la tienda y lo depositó sobre su caballo, salió con sigilo del poblado de tiendas piratas y, al llegar fuera, cabalgó con fuerza hasta alcanzar las puertas del castillo. Poco importó la tardía persecución de los piratas cuando se dieron cuenta del audaz golpe que Gnard les había propiciado.

 

Al llegar a la vista del castillo sacó Gnard Rimbowski el pañuelo amarillo con el que tenía que identificarse y la puerta del castillo se abrió para franquearle el paso. A las puertas le esperaba el Rey que, con un gesto atónito y feliz, no pudo más que felicitar a Gnard por su hazaña discreta.

 

No tardó el Rey en exhibir el cuerpo del Pirata en las murallas del Castillo Oscuro observando cómo recogían y huían los piratas de su reino. Ellos tenían un problema de mando que no podían resolver en tierra extraña. Volverían, pero no con esas intenciones.

 

  • En cuanto a ti, Gnard, te será concedido lo que has pedido. Aunque siento perder a alguien tan valioso. - La euforia contenida del Rey que había estado a punto de perderlo todo y que lo conservaría gracias a la sagacidad de Gnard Rimbowski era consecuencia de su posición, pero en su interior había un íntimo deseo de agradecimiento hacia Gnard, hasta el punto de querer protegerle donde quiera que estuviera.

 

A los pocos días hizo el nombramiento de Gnard Rimbowski como caballero con los mas amplios derechos que pudiera disponer en cualquier reino hermanado con el Reino Helado del Norte. Cumplió lo prometido y le entregó caballo, víveres y armadura de color negro hecho de placas metálicas. En las palabras del Rey se dejaba sentir la emoción y el agradecimiento cuando le puso la espada en el hombro:

 

“Por su gran valor, tenacidad y sagacidad nombro a Gnard Rimbowski “Caballero”. A partir de ahora será recordado como un héroe en los Reinos Helados del Norte y su herocicidad será contada de padres a hijos y de generación en generación, siendo así que será tratado con el nombre de Caballero Rimbowski en todos los Reinos de la Tierra”

 

Cumplido los protocolos del acto y tras la clebración a la que invitarían a su familia, salió el Caballero Rimbowski del Castillo Oscuro en dirección Sur hacia los Cinco Reinos, sobre un caballo negro con armadura del mismo color y con la pelliza sobre ella. Un sencillo escudo le acompañaría, una pequeña cruz cuadrada en negro sobre fondo blanco.

 

Salió de las tierras heladas justo cuando el verano llegaba y la tibia primavera se volvía más cálida en aquellas tierras en que el verano es solo una primavera templada con la emoción de un caballero en busca de grandes aventuras por vivir y con el afán de conseguir metas inalcanzables; con la tranquilidad de ser ya un héroe en sus propias tierras donde siempre sería añorado y recordado como el héroe que mató al Pirata Kirdell en el mismo momento en que el Reino caía en sus garras de Pirata.

 

Lo que suceda en los Cinco Reinos, lo descurbrirá en Amazon y Createspace con “La Extraordinaria Historia del Reino Prohibido”.

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Vicente Boado Quijano vbq2012@gmail.com