Había una vez, un niño que se llamaba Tomatín que tenía una sola gran ilusión para su vida: Tomatín quería convertirse en el mejor mago del mundo, o si no era posible, aprender a hacer trucos de magia que dejasen a la gente patidifusa.
Así, Tomatín, cada tarde, al llegar del cole, le decía a su madre que se iba a su habitación a estudiar. Su madre le detenía por el pasillo y le decía que eso estaba muy bien, pero que primero tenía que merendar. Entonces, Tomatín se daba una palmada en la frente y le decía a su madre: “anda, mamá, me olvidaba de que tenía que merendar”
Total, que Tomatín después de tomar su chocolate bien caliente, su emparedado de jamón y queso y sus galletas María subía corriendo a su habitación, se ponía su disfraz de mago que le habían regalado por su cumpleaños, cogía su varita mágica y abría su “libro de hechizos del viejo Merlín”
Si quieres ver qué pasa con este joven aprendiz de mago te aconsejo que vayas a...